En el rezo del Rosario se nos anima a subir cuatro montañas, una en cada grupo de misterios.
Sabemos que las montañas son un elemento religioso muy importante para el pueblo de Israel. Al rezar los salmos decimos que Dios «hace brincar al Líbano como a un novillo, al Sarión como una cría de búfalo» (Sal 28,6), expresando así su gran poder; y también alabamos a Dios diciéndole: «el Tabor y el Hermón aclaman tú nombre» (Sal 88,13), pues las montañas participan de nuestra oración junto al resto de la creación.
El pueblo de Israel tenía dos montañas especialmente importantes por su valor religioso: el monte Sinaí, donde Dios se reveló (cf. Ex 3,1-6) y entregó los Diez Mandamientos (cf. Ex 34,28) y el monte Sión, donde se sitúa la Ciudad Santa: Jerusalén, en cuyo Templo Dios residía. En este contexto religioso han de meditarse las ascensiones a las cuatro montañas en el rezo del Rosario:
1. En el Segundo Misterio Gozoso María sube desde Nazaret a visitar a su prima Isabel, que vive en una montaña de Judá (cf. Lc 1,39). Esta ascensión subraya el esfuerzo que María ha de hacer para poder acompañar a su prima en los últimos meses de embarazo. Todo ser humano ha de esforzarse para hacer el bien. El perezoso difícilmente destaca como alguien caritativo. María, ascendiendo a la montaña de Judá, se muestra como modelo de persona esforzada y generosa.
2. En el Cuarto Misterio Luminoso Jesús asciende junto a tres discípulos suyos a un monte para orar (cf. Mt 17,1) y allí se transfigura ante ellos. Qué importantes eran para Jesús los montes, y cómo le gustaba subir a ellos a rezar (cf. Lc 6,12). Orar es subir, ascender, elevar el corazón hacia Dios movidos por el amor. Mientras María estuvo en este mundo, su alma ascendía hacia Dios en oración continua. Y ahora sigue intercediendo ante la eterna Presencia divina por cada uno de nosotros.
3. El Cuarto Misterio Doloroso nos invita a contemplar la más dura y difícil de todas las ascensiones que se han realizado a lo largo de la historia: Jesús sube con la Cruz a cuestas el monte Calvario (cf. Mt 27,33). En cada paso hacia la cumbre Jesús va vaciándose, va entregando su amor por cada uno de nosotros. Y María participa en esta ascensión. Ella le acompaña hasta el final, hasta que Éste da su última gota en la Cruz. Y nos invita a todos a seguir los pasos de su Hijo, los cuales nos conducen a la salvación.
4. En el Segundo Misterio Glorioso subimos al monte que Jesús Resucitado indicó a sus discípulos (cf. Mt 28,16) y allí escuchamos sus últimas palabras antes de su Ascensión al Reino de los Cielos. En esas palabras Jesús nos invita a predicar el Evangelio por el mundo entero. Y mientras predicamos, ascendemos interiormente hacia Dios, a la espera de nuestra última y definitiva ascensión: nuestra resurrección. En el Cielo nos aguardan Jesús y su Madre para compartir con cada uno de nosotros la eterna felicidad.
Fray Ángelico - Visitación |
2. En el Cuarto Misterio Luminoso Jesús asciende junto a tres discípulos suyos a un monte para orar (cf. Mt 17,1) y allí se transfigura ante ellos. Qué importantes eran para Jesús los montes, y cómo le gustaba subir a ellos a rezar (cf. Lc 6,12). Orar es subir, ascender, elevar el corazón hacia Dios movidos por el amor. Mientras María estuvo en este mundo, su alma ascendía hacia Dios en oración continua. Y ahora sigue intercediendo ante la eterna Presencia divina por cada uno de nosotros.
Fray Ángelico, Jesús con la Cruz a cuestas camino del calvario Aparece la Virgen y santo Domingo |
4. En el Segundo Misterio Glorioso subimos al monte que Jesús Resucitado indicó a sus discípulos (cf. Mt 28,16) y allí escuchamos sus últimas palabras antes de su Ascensión al Reino de los Cielos. En esas palabras Jesús nos invita a predicar el Evangelio por el mundo entero. Y mientras predicamos, ascendemos interiormente hacia Dios, a la espera de nuestra última y definitiva ascensión: nuestra resurrección. En el Cielo nos aguardan Jesús y su Madre para compartir con cada uno de nosotros la eterna felicidad.
En definitiva, María es, en sí misma, como una bella y esplendorosa montaña que se yergue en medio de nuestra vida para indicarnos dónde debemos estar asentados: en medio del mundo; y apuntando hacia dónde debemos dirigir nuestra alma: hacia lo Alto, hacia Dios.
Fray Julián de Cos, O.P.