Fray Angelico, entrada en Jerusalén |
La liturgia no es una representación teatral. Nos introduce en el misterio de Cristo para transformarnos. Cristo mismo nos comunica su vida, sus actitudes y sentimientos. No podemos entrar en la Semana Santa ni vivirla con provecho si no estamos dispuestos a subir con Cristo a la cruz.
Hoy celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén, que manifiesta la venida del Reino en el Rey Mesías. Pero Jesús no conquista la ciudad por la violencia sino por la humildad y el amor. Por eso viene montado en burrito y es recibido por los niños y los humildes de corazón. Su reino no será impuesto sino que se inaugura con la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Quienes lo acepten por amor serán los miembros de su reino.
Isaías profetizó sobre siervo sufriente. Mateo interioriza sobre esos sufrimientos: abandono de los apóstoles; el silencio del Padre, absoluta soledad. La carga de todos los pecados de la humanidad asumida por Cristo. Sin embargo, desde la Cruz, reina como Señor de todo. Es claramente un reino no de este mundo. Es el reino del amor y quienes lo acepten vivirán con El para siempre.
S. Mateo llama a Cristo repetidas veces “manso y humilde”, actitud, propia del Siervo. Subraya además cómo en la pasión se cumplen las Escrituras. Todo estaba predicho. Nada ocurre por casualidad. El plan del Padre se cumple. Y Cristo vive la Pasión en perfecta obediencia a la voluntad del Padre, «para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a su voluntad» (oración colecta).
Adán desobedeció la voluntad de Dios y nos trajo la ruina; Cristo obedece «hasta la muerte y muerte de cruz» y nos salva (segunda lectura). En su obediencia al Padre y en su amor a los hombres está nuestra salvación. Esta salvación seguirá haciéndose presente hoy si nosotros abrimos el corazón a Jesús y prolongamos la entrega de Cristo, su obediencia al Padre y su amor a los hombres.
“La Redención llevada a cabo por medio de la Cruz, ha